…en donde, gracias a la asombrosa rapidez con que Soloclates
hubo cumplimentado su misión al Este y regresado trayendo consigo a Anna
Purnakova, todo estaba preparado para recibirlas.
Es verdad que Soloclates tuvo durante todo el tiempo que
duró su viaje el viento de cara. Cuando, tras hacer sus abluciones en un regato
cercano, su saludo al sol y las señales que con Indiógenes había convenido,
pudo observar un numeroso grupo de gente dirigiéndose a él, lo primero que
calculó fue si tenía tiempo para añadir a la señal de humo de ‘Todo de puta
madre’ la de ‘pero no tanto’. El cálculo
dio resultado negativo, de modo que echó a correr hacia La Carroza lo más rápido
que pudo. En vano: ya otra multitud rodeaba el Rolls. Echó mano entonces,
viéndose perdido y malograda la misión, al paquetito que El Indio le había
entregado antes de la partida. Rasgó el envoltorio con uñas y dientes para
encontrarse con que contenía una foto en blanco y negro etiquetada como Anna
Purnakova, un tosco plano del que pudo colegir que su destino era Moscú (el
plano consistía en dos aspas, una a cada lado del mapa, unidas por una línea
discontinua; la primera, a la izquierda, marcaba Tomahawk; la segunda, arriba a
la derecha, Moscú) y un vale para dos big muacs en el Muac Dolans de la Plaza
Roja, canjeable sólo los domingos de crudo invierno. En este punto Soloclates
desesperó, e iba a empezar a lamentar en voz alta su estado y a denigrar al
Indio y sus visiones cuando notó que había algo antinatural y forzado en la
escena a la que estaba asistiendo. Puesto en la tesitura de gritar, Soloclates
se percató de pronto del silencio con que se desarrollaba todo. En realidad,
concluyó, en nada se parece esto a un ataque, aunque tampoco, estrictamente
hablando, a un comité de bienvenida.
En realidad, lo que interesaba a los visitantes no era la
persona de Soloclates, sino La Carroza. Según Soloclates apreciaba ahora, la
rodeaban en actitud de respeto y veneración, y por ser el él conductor la
curiosidad se extendía, secundaria o colateralmente, hacia sí. Ningún impedimento halló Soloclates
en acercarse al corro que estos hombres y mujeres formaban alrededor del Rolls.
No parecían tener un portavoz, y sus indumentarias eran casi calcadas las unas
de las otras. En esta ocasión, uno de ellos, tras dar varias vueltas alrededor
del coche y echar unos cuantos vistazos más que indiscretos a su interior,
proclamó:
Y entonces todos, Soloclates inclusive, prorrumpieron en
aplausos y vivas al Rey. Soloclates aplaudió de puro contento, y ahora que
acababa de salvar, según todos los indicios, la vida, empazaba a calibrar el
aprecio que tenía el grupo por el coche, con vistas a hacer algún trato
ventajoso y deshacerse, de paso, de la incómoda Carroza. Preguntó Soloclates
por el nombre del Rey, recibiendo un unánime y sonoro:
—¡Elvis vive! —por toda respuesta.
Y no hubo manera de cerrar más trato. En un visto y no visto
Soloclates era conducido a su asiento y mientras unos empujaban otros iban
abriendo paso y los de acullá saludaban el paso de una comitiva que empezaba a
cobrar unas dimensiones que preocupaban a Soloclates. Sin embargo, pronto pudo
ver que aquellas gentes eran amigables, y que le prestarían el apoyo logístico
que necesitase para el buen fin de su misión. Es de ver cómo, ahora que las
sectas proliferan y compiten en estupidez, ésta no tenía más mandamiento que
‘Elvis vive’, con lo que no había rivalidades a no ser que uno se empeñara en
proclamar y afirmar por encima de cualquier otra cosa que ‘Elvis no vive’ o
‘Elvis muera’, lo cual ya son ganas de llevar la contraria y de tocar los
cojones, respectivamente. Por otro lado, y como cualquier secta que se precie,
esta herejía estaba muy bien implantada en los Estados Desunidos de
Norteamérica del Norte (EDNN), y se extendía rápidamente por Eurasia, hacia
Oriente, con esa eficacia y operatividad que había sido marca de fábrica del
mormonismo o de los de proyecto hombre. Como habría de ver, Soloclates acababa
de encontrar el aliado ideal para su embajada: faltó poco para poder llamarlo
un viaje organizado, pero una vez que se hubo hecho comprender, bastó dejarse
hacer y aprovechar la maquinaria catecuménica puesta a su servicio para ir a
Moscú y para volver a Tomahawk sin que refiramos, de momento, cierto incidente
que tuvo lugar a la vuelta, poco después de sobrevolar los Pirineos.
La Carroza quedó en territorio ‘Elvis vive’ marca E, y desde
entonces es objeto de devoción y peregrinación de los adeptos a esta creencia.
Como agradecimiento, la comunidad dispuso poner al servicio de Soloclates
cuantos medios materiales y personales tuviere en cada territorio, empezando
por el dirigible que ahora, en invierno, apenas usaban, para difundir su credo
por el mundo y más en concreto hacia el Este, y una tripulación formada por
piloto y sobrecargo. En invierno existía riesgo de congelación no de los
tripulantes, sino del público, que a menudo se extasiaba y desvanecía ante la
visión del dirigible a pedales con la leyenda ‘Elvis vive’ en bermellón sobre
amarillo plátano en ambos costados del zeppelín.
Rumbo a la Plaza Roja, después de aprovisionarse de lo
necesario, se hallaba Soloclates (al cabo de un par de días asilado y
reponiéndose en las silenciosas catacumbas de la comunidad religiosa), asistido
por la tripulación y con el apoyo terrestre de otros mandos y fieles, y durmió
tan bien como un recién nacido.
BODRIO X
Mientras, nuestro pobre Pantógenes desesperaba dentro de la
abadía. No tenía vocación religiosa alguna, él solo quería descansar, pero bien
claro ponía en la puerta de entrada. Si entras no sales, pero cual sería la
imposibilidad no recordaba haber visto nada que le hiciese pensar que la salida
estaba vigilada.
Esa tarde en el refectorio estuvo masticando la manera de
salir y trazó un plan que sin duda le alejaría de allí. terminada la cena y los
rezos cansinos, como cada noche se retiraron a sus celdas a descansar, pero él
amparándose en la oscuridad y con sigilo se lanzó en busca de su libertad.
Había cogido de la iglesia una vela que le ayudaría a atravesar los oscuros
pasadizos, aunque ésta alumbraba lo justo y se daba contra todo lo que había a
su paso…
La suerte le acompañó, llegando a la puerta por la que
pensaba no tendría grandes problemas para salir. La abrió sin dificultad. ¡Que
extraño! se dijo, la llave no estaba echada y parece que el camino está libre.
Salió al exterior, algo en ese momento le agarro por el cuello haciéndole parar.
Ahogó un grito, al mirar para ver quien le sujetaba comprobó con estupor que
era un fantasma…
-¿Donde vas? preguntó este, nadie puede salir de aquí, hay
un cartel claro que lo dice, si entras no sales.
-Bueno, ¿y quién eres tú? si se puede saber.
-Soy el fantasma de las bragas rotas, el encargado de
custodiar que no salga nadie, pero hay una manera de lograrlo.
-Dime qué manera, que por dura que sea estoy dispuesto a
intentarlo.
-Tienes que contestar correctamente tres preguntas, si
aciertas te vas. Si fallas me voy yo y tu te quedas de fantasma en mi puesto.
- De acuerdo, acepto el reto. Dijo muy convencido
Pantógenes.
El fantasma en plan presentador de Cifras y letras, paseando
de un lado al otro de la puerta le espetó.
-Va la primera pregunta, es una adivinanza que no la conoce
nadie fuera del mundo. Oro parece plata no es, el que no la adivine bien tonto
es.
-¡Mi madre!, pues si que hila fino el tío, si no hay ser
humano que la sepa fuera de este planeta ¿cómo voy a saberla yo? sacó de la sotana
cuaderno y lápiz haciendo todo tipo de cábalas. A ver “oro parece, plata no
es”, ufff mira que es difícil, oro parece, plata no es, esto no hay quién lo
aclare, lo escribiré de nuevo a ver si descifro el jeroglífico éste. Oro parece
plátano es. Mira que soy torpe, he escrito plátano en vez de plata no…
¡AH! Lo he descubierto. Es plátano.
-Bueno ésta la has acertado, dijo el fantasma, la siguiente
seguro que no la aciertas. ¡Coge onda! Un caracol sale de Manila (Filipinas) a
una velocidad de 0,00001 kilómetro por hora y otro sale a la misma hora de Lepe
(España) a la misma velocidad. ¿Cuánto tardarán en encontrarse? Anda a ver si
eres capaz de acertar esta.
Ahora si que me ha pillado, encima la calculadora es solar y
la luz de la vela no es suficiente para encenderla. Esta pregunta tiene que
tener algún fallo, por qué si no, él ya habría salido de aquí. Vamos a ver si
el caracol que sale de Manila tiene que encontrarse con el de Lepe tiene que
cruzar el mar y el que sale de Lepe tiene que cruzar el Océano. “Porque a ser
de Lepe, seguro que lo hace al revés, huyyyyy esto se complica, pero yo no
quiero ser fantasma toda la vida, así que a ponerme las pilas ¡a pensar!
Dos horas después, con la bombilla encendida encima de la
cabeza, le dice al fantasma.
-Ya he hecho la averiguación, he llegado a una conclusión.
Si el de Manila va para el Oeste es decir viene para Lepe y el de Lepe como
hace el recorrido al revés en vez de ir para el Este va también para el Oeste,
no se pueden encontrar y morirían en el intento persiguiéndose uno al otro. Por
otra parte, como los caracoles no saben nadar… los dos se ahogarían al meterse
en el mar. Problema resuelto.
-Pero esa no es la solución que yo quería, dice el Fantasma
de las Bragas Rotas.
- Ya pero no me has dicho que solución querías, si no que
cuando se encontrarían y yo te he demostrado que no se encontraran. Segunda
contestación ganada.
Con la cara roja como un tomate, los ojos fuera de las
órbitas, las orejas echando humo, le hizo la última pregunta.
- ¿A que no sabes por
qué me llaman el Fantasma de las Bragas Rotas?
Ni qué me importara a mí su nombre, menuda chorrada de
pregunta. Esto más que una pregunta es un galimatías. ¡Qué tío más plasta! Si
no fuese por que no soporto más el Panyelingua, iba a aguantarlo su padre.
Tengo que pensar… ¿Por qué? ¿A ver si es un fantasma para que quiere bragas si
no tiene cuerpo? Y si tiene bragas es
porque es mujer y si es el Fantasma de las Bragas Rotas es por… ¡Ya está!
-¡Eh!, ¡tu!,
¡fantasma!, creo que ya se por qué. Tú
llegaste a ésta abadía agotada y te dieron alojamiento los frailes, pero eras
una mujer y claro una mujer entre tanto fraile ¡Ya sabes! Cada uno tiraba por un lado y ese es el
motivo, las bragas se rompieron. Tú, desesperada te arrojaste por la ventana de
encima de ésta puerta, quedando atrapada en fantasma impidiendo que éstos
puedan salir nunca jamás a la calle, en castigo por su conducta anti- célibe.
-Ahora señora
fantasma, con su permiso me las piro, que he ganado el reto. Y si me hace el
favor la dejo yo la sotana y me llevo la sábana que es más fresquita y menos
lúgubre.
¡Al fin libre! Juro
que prefiero volver a pasar hambre. Voy a ver la manera de avisar a Indiógenes
de mi regreso a casa. Seguro que por el camino encuentro algo para hacer fuego.
ahhhh no tengo ni una mala rueda para que me lleve y hacer el camino más corto.
Montones de kilómetros después… sin comer ni beber, su
súplica era un continuó llorar. ¡Hay por qué he tenido que abandonar la abadía,
me voy a morir de hambre y sed, no encuentro ni un triste riachuelo, ¿O es que
se esconden cuando me ven? Es eso, se esconden voy a buscarlo, ¡seguro que
encuentro uno!
¿Qué ven mis ojos? Una posada, bueno más bien algo como una
posada, en la puerta pone Hotel HILLTITON y siete estrellas alrededor. La
suerte está echada, de esta he salido.
Su carrera hacia ella fue tan acelerada que no pudo frenar
al llegar a la puerta, estampándose de lleno contra el cristal, quedando sin
conocimiento tendido en el suelo.
¿Dónde estoy? ¿Es esto el cielo? ¡Ay, que ángel mas bonito
estoy viendo! Pero tiene muy mala leche, menudas bofetadas da la joia.
-Señor, señor, ¿Se
encuentra bien?
- Me encontraba, pero con las hos… que me estás dando, creo
que no voy a estar bien mucho tiempo. Ayúdame a levantarme ángel malvado.
¿Dónde me encuentro? ¡Ah ya sé, en la posada… ¡Pero que
posada más chula! ¿Y tu quién eres? Hace muchas lunas que no veía yo una cosa
igual, pareces una mujer.
-Venga señor, coma
algo para reponerse y mientras hablamos.
Tras degustar un par de pollos, un cochinillo, algunos
litros de vino y una sandia de postre y conversar hasta por los codos Edelvira,
que así se llamaba la mujer le presento a su hermano y le explicó que estaban
de viaje buscando un sitio donde montar un buen negocio. “Un circo sin circo”
Yo voy hacia mi tierra, y allí creo que aún no hay nada
parecido, si queréis podéis acompañarme. No hizo falta que se repitiera, los
dos se agarraron a él como lapas y salieron del establecimiento a toda leche.
“Era un sinpa demasiado caro”
(Continuará)
BODRIO XI
Pantógenes y la extraña pareja iniciaron así su viaje, no
sin dificultades, pues hacía un calor sofocante “Ola de Calor Africano” solían
llamarlo, “calor del infierno” le llamaba Pantógenes, y en una de las veces que
se sintió acalorado y no puedo aguantarlo más, se quitó la sábana a modo de
toga que llevaba desde que intercambió ropas con el fantasma de las bragas
rotas, dejando al descubierto su esquelético anciano cuerpo, lleno de arrugas,
marcándosele las costillas de lo famélico que estaba, lo peor ¡¡en tanga!!! Con
el culito flácido por el efecto de la gravedad y los años. ¡¡puag!! Pensó el
Javi “el hermano de Edelmira”
-¿Pantógenes no te da
vergüenza a sus años, ir así por el mundo?, ¡por lo visto no, pues éste ni te
molestas en contestar!
Prosiguió andando sin mirarle. Pareció no importarle e
incluso gustarle, fue Edelmira que al ver que Pantógenes no contestaba a su
hermano, decidió meterse en la conversación para defenderle. Mira Javi, deja en
paz a Pantógenes ¡Que lo que se vayan a comer los gusanos lo disfrutasen las
cristianas! ¡Ay, Oma que rico! Dijo mirando a Pantógenes haciendo batir sus
pestañas.
La miró sorprendido, ¿qué decía Eldevira a su hermano?
agradecido la dirigió una sonrisa, que ella le devolvió mirándole con ojitos
tiernos. ¡Semejante macho ibérico! El
terror de las nenas, las tenía a todas loquitas por sus huesines (nunca mejor
dicho) ya estaba acostumbrado a que las féminas maullasen bajo su ventana.
Hizo lo que hacía siempre ignorarla. Era un experto en el
arte de la conquista y de interpretar los deseos femeninos sabía que eso era
precisamente que eso es lo que tenía que hacer, además no tenía tiempo para
rollos amorosos y lo que ello conllevaba.
Él era más de rollos de una noche y si te he visto no me
acuerdo, de hecho solía ser verdad pues tras el resacón no solía recordar ni su
nombre y tenía que ir a mirar su documentación para recordarlo. Pero lo dicho,
tenía que concentrarse en la misión y en llevarlos sanos y salvos de camino a
casa, al hogar asqueroso hogar, echaba de menos el monasterio con todas sus
comodidades...
Secándose las lágrimas que inundaban su cara con uno trozo
de tela del tanga, que estiro para que llegase no sin dolor, pues estaba
estrujando a sus chicos como solía llamarlos, produciéndole más lágrimas y
haciendo que se convirtiese en un círculo vicioso del que era muy difícil
escapar, pues Pantógenes tenía un lado oscuro, salvaje y masoquista por el que
sufrir le producía un inmenso placer y éste placer le estaba llevando casi a la
excitación, pero no había tiempo para eso, así que con una enorme fuerza de
voluntad dejo de estirar su tanga para concentrase por dónde iban pues con
tanta tontería estaban dando vueltas en círculos y ver todo el rato la misma
piedra, el mismo árbol y el mismo pájaro le estaba poniendo enfermo.
Atravesaron desiertos, oasis (en los que pararon a bañarse
en toples, vamos a teta suelta, que somos tan modernos que todo lo tenemos que
traducir al inglés porque según los modernillos suena mejor), montañas,
bosques, plantaciones de girasoles “pararon a comer pipas” ríos, charcos (se
les habían olvidado las katiuscas o botas de agua y los pobres estuvieron
semanas constipados, pegándoselo unos a otros. pero seguían su viaje.
Por fin, llegaron a su destino, ya estaban cerca de la Villa
o centro de operaciones donde Indiógenes era el Más de lo Más. ¡El que tenía
las premoniciones!
Había que mandarle alguna señal para informarle de su pronta
llegada, ¡cómo avisarle! ese era otro problema añadido… esta vida no es vida
hay siempre que estar improvisando. A ver Javi, ven un momento que quiero hacer
una prueba para mandar un mensaje a mi Chaman.
-Mírame fijamente a
los ojos chaval, no desvíes la mirada que quiero que experimente el mayor de
los éxitos, serás record de grito a larga distancia y diciendo esto le propinó
una parada en “salva sea la parte” y los gritos llegaron a la mansión sin ninguna
interferencia.
Diógenes que estaba concentrado en llamar a su tótem o
animal interior, sintió el grito, e inmediatamente codificó el mensaje.
-Socorro un loco bajito con más años que Matusalén me ha dejado estéril de por
vida, quiere que le diga que su llegada está ya cerca, que está acompañado por
dos individuos… uno de ellos yo que grito y mi hermana. AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH
Posdata no ha encontrado indicios de hormigas mutantes en su viaje.
Terminado de transmitir el recado, Javi se lanzó como un toro
sin contención a por el cogote de Pantógenes, siendo esquivado por éste y yendo
a caer de bruces contra un poste negro con pelos. ¿Qué es esto? gritó de nuevo
hasta que la voz se perdió. Pantógenes se había quedado en plan estatua sin
movimiento alguno y Edelvira se desmayó “Para qué estar averiguando que era
eso”.
Cuando los dos alucinados amigos pudieron reaccionar ya
estaba ante ellos Cerúmenes, que al reconocer a su compañero, se abrazó a él
como a un árbol sin darse cuenta que era también una hormiga y estaba
acojonando a su amigo que se orinaba sin fin por las patilla abajo.
-Dkrosdkodnefdm.
Decía Hercúmenes, “sin darse cuenta que su amigo no le entendía” y que le
miraba cada vez má aterrado.
- Kiufodnrodneodnap.
“Nada, no le entendían nada.
-¿Qué co.. dices
fenómeno atmosférico? No te entiendo ni
papa. ¡Quieres hablar en cristiano! ¿De donde vienes? ¿Quién eres? suéltame que
me estas asfixiando. ¿Cuántos siglos hace que no te das una ducha, cerda
hormiga?
En ésta conversación estaba con él cuando vio que estaban
rodeados. ¡Eran toda una colonia! La premonición de su Gran Chaman. Habría que
ponerle en aviso sobre lo que estaba sucediendo a pocos kilómetros de su
chabola…
(Continuará)
BODRIO XIII
Soloclates y sus taciturnos acompañantes pasaron, pues, la
noche sobrevolando Moscú. Estos, como no se les daba nada de la difícil tarea
detectivesca que esperaba a su pasajero en tierra, durmieron como un tronco,
dejando el dirigible en piloto automático. Soloclates, en cambio, no pegó ojo.
Moscú se veía muy hermoso de noche y desde el cielo, a pesar de los visibles
desperfectos, derrumbes y el general estado de abandono en que se encontraba.
Soloclates apenas si pudo apreciar actividad humana o de cualquier otra clase
en la ciudad, lo cual por otra parte era lógico, pues el termómetro de a bordo
indicaba que la temperatura exterior rondaba los 30ºC bajo cero, y habría que
ver si no era aún inferior, teniendo en cuenta que el termómetro se había
congelado. Estas eran las formidables y nada fáciles circunstancias con que
daría comienzo su actividad de búsqueda de Anna Purnakova.
En cuanto comenzó a clarear por el este, Soloclates se
apresuró a despertar a la tripulación, por el procedimiento de dar unos
monumentales meneos a los montones de mantas con que se habían cubierto la
noche anterior, sin dejar ni una uña al aire. Si alguien le hubiera preguntado
al respecto, jamás de los jamases habría reconocido que la idea que lo animaba
era la de zamparse las hamburguesas calientes de oferta, y luego ya se vería.
De modo que, una vez espabilados piloto y sobrecargo, se dirigieron a la Plaza
Roja —completamente blanca—, y como no vieron ninguna señal de prohibición,
parquímetro o radar, decidieron aterrizar allí mismo, donde tantísimo espacio
para maniobrar el dirigible les ahorraría la usualmente penosa tarea de aparcar
el voluminoso dirigible.
Fue tocar suelo y saltar Soloclates del aparato a la helada
superficie de la plaza, completamente desierta. Unos neones que no pasarían
inadvertidos más que para un invidente lucían en el otro extremo. Su encendido
y apagado intermitente parecía efecto de algún tiritar eléctrico de frío. Muac
Dolans, pudo leer mientras corría hacia el establecimiento. ¡Eureka!, se
felicitó. Y aún leyó, cuando estuvo lo suficientemente cerca: ‘Lo quiero’.
¡Vaya si lo quería! ¿Alguien se atrevía a dudarlo? Pero Soloclates no lo había
leído aún todo. Llegado que hubo a la puerta del local, un letrero decía:
‘Ofertas, vales, canjes y similares, a partir de las doce’. Miró el reloj: las
nueve y media de la mañana. Se atrevió a entrar, para que le fuese aclarado lo
que estaba temiendo y, efectivamente, había interpretado bien el cartel. Obtuvo
una rotunda negativa a la petición de hacer espera dentro, al calorcito, sin
consumir nada, haciendo compañía al personal. Entre una cosa y otra, y hábil
conversador como era, consiguió distraer a los empleados cosa de una media
hora. ¿Qué hacer, francamente encabronado como estaba, durante las dos horas
que faltaban para hacer realidad su sueño? ¡Pues haremos turismo, qué coño!, se
dijo.
Salió del Muacs y echó un vistazo a la Plaza. El panorama
era desolador, salvo por la nota de color y alegría que daba el zeppelín. Por
lo demás, nadie. ¿Nadie? A un centenar de metros, una figura vestida de arriba
abajo con ropa térmica de camuflaje, con un cajón de madera entre las manos,
buscó un lugar al sol, plantó el cajón en el suelo, lo aseguró, se subió a él y
empezó a hablar a la nada, lo bastante fuerte como para que Soloclates
apreciara el entusiástico murmullo de su discurso, pero no tanto como para
distinguir lo que decía a los cuatro vientos. A falta de nada mejor que hacer,
e impelido por esa fuerza poderosa que es la curiosidad, se fue acercando al
orador, con cuya voz aguda proclamaba en ese momento:
“Porque no nos engañemos: la lucha de clases continúa, por
la naturaleza básicamente dialéctica del devenir histórico. La burguesía fue
derrotada, pero ninguna derrota es definitiva, y la burguesía volvió, ha
vuelto, bajo otras apariencias, a explotarnos, a cobrarse sus plusvalías
atrasadas, a lucrarse indecentemente a costa de nuestro sudor y de nuestro
trabajo. Por eso, vosotros, innúmero pueblo ruso, y vosotros, proletarios del
mundo entero, ¡uníos!”
—Vd. perdone, ¿se refiere a mí? —interrumpió Solocrates la
arenga muy audazmente, pues el aspecto de GEO o SWAT del orador no invitaba
precisamente a pedir aclaraciones.
Entonces la figura del cajón se desprendió de los guantes y
comenzó a despojarse de la gorra militar y de todos los pasamontañas, orejeras
y bragas que llevaba. Soloclates se temió lo peor. Este rambo me va a atizar
una de aúpa, a puñetazos, y a cara descubierta, para que no se me olvide en
toda la vida, pensó.
—Me refiero a todo el que me escucha, entre ellos Vd., sí,
¿o es que no tiene conciencia de clase? —se encaró el forzudo.
Pero Soloclates ya no escuchaba. En cuanto el monologuista
se hubo quitado las capuchas, pudo comprobar que: 1) era una mujer, y 2) era la
mismísima Anna Purnakova. Echó la mano al bolsillo de atrás, y sacó la foto con
su nombre y el vale del Muacs.
— ¿De dónde ha salido esta foto? ¿Y ese vale? ¿Me invitará
Vd. a un big muac? —preguntó de corrido Anna.
— ¿Pero tú no eras comunista marxista-leninista? ¿Comerías
en una multinacional? —interrogó sagazmente Soloclates, pensando salvar así las
dos hamburguesas para él.
— ¡Ah! ¿Eso? Es una promesa que hice a mi madre, quien fue
del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) hasta su muerte. Yo soy más
anarco-conspiracionista —aclaró Anna—. ¿Y la foto?
Soloclates la animó a dar un paseo por la Plaza para hacer
tiempo, dando ya por perdido un big muac. Le explicó el carácter de su viaje y
que su objetivo era llevarla hasta Tomahawk, para lo que contaban con el cómodo
dirigible que podía ver aparcado en la Plaza.
—Desde luego, ¡qué horterada! —se le escapó a Anna—. ¿Y por
qué habría de creerte y acompañarte?
— ¿El nombre de Indiógenes no te dice nada? —se le ocurrió
preguntar a Soloclates, que hasta ese momento se había referido a él como El
Indio.
— ¡Joder! ¡Haberlo dicho antes! La segunda promesa que hice
a mi madre en su lecho de muerte fue encontrar a Indiógenes o dejar que él me
encontrase a mí. No concibo mejor ocasión para cumplirla. ¡Me apunto!
Soloclates y Anna, llegadas las doce, dieron buena cuenta de
sus big muacs, y puesto que Anna carecía de domicilio, trabajo y posesiones que
no llevara siempre encima, partieron raudos sin necesidad de andar haciendo
equipaje.
El viaje de vuelta a Tomahawk fue tranquilo y apacible,
salvo por el incidente que luego reseñaremos. Anna encajó a la perfección en el
equipo, y además daba pedales que era un gusto verla. Pudieron apreciar que lo
que vieran en los Cárpatos no era un fenómeno aislado, y que colonias de
hormigas mutantes se repartían aquí y allá, aunque no pudieran afirmar nada
sobre sus intenciones, si cabe hablar de intención en las hormigas. Pero las
hormigas estaban a ras de suelo, y salvo cuando tocaban tierra en alguna
comunidad ‘Elvis vive’ —bien protegidas y mimetizadas—, no era cosa de
preocuparse por ellas. El peligro vino del aire: a los dos días de haber
entrado en el espacio aéreo ibérico, bandadas de gaviotas azules los atacaron
al grito de pepé pepé pepé, y si no llega a ser por el tejido superresistente a
los picotazos del dirigible, este se hubiera precipitado a tierra a la de tres,
causando la muerte segura de los viajeros. Las gaviotas desistieron de su
ataque cuando, además de comprobar la inutilidad de su estrategia, se
percataron de que allí no había nada que rascar.
El viaje prosiguió hasta Tomahawk, que según vieron desde el
aire tampoco se encontraba a salvo de las hormigas, pues había grupos de estas
a pocas jornadas de distancia. Anna fue recibida como una reina. Piloto y
sobrecargo fueron homenajeados y despedidos como héroes. Soloclates hubo de conformarse
con el placer del deber cumplido, que —consideraba, autocompadeciéndose— es el
menos placentero de los así llamados placeres.
(Continuará…)
BODRIO XIV
Habíamos dejado a
Davicio en manos de la Nevemérita, acojonao… esperando la decisión de estos.
¡Venga monta en la moto!, dijo el macho alfa sin más. Montó de un salto abrazándose a éste como si
fuera el último eslabón de la cadena.
—Sin mariconadas, ¡le
he dicho que sin mariconadas! A ver si mi pareja se pone celoso y nos manda a
los dos nadando al otro lado del océano.
Llegaron a Finis Terrae después de diez días y 30 pinchazos
por el camino. “Martínez, el otro miembro de la pareja de hecho” iba tirando
chinchetas por el camino para que Davicio se separase de vez en cuando, porque
si no su amor no llegaría con vida a la meta, le abrazaba tan fuerte, que este
llevaba la lengua de atrapamoscas. Dejaron a Davicio en un catamarán, “las
galeras ya no existían, sólo había sido una manera de asustarle”. Una vez instalado en él le dieron cuerda y le
empujaron hacia la otra orilla, no sin antes recomendarle que le diese cuerda
de vez en cuando.
El viaje se hizo
interminable, el hambre le hacía comerse a los tiburones (eran los únicos que
se acercaban, en busca de carne fresca) con cartílagos y aletas sin
desperdiciar nada. El agua la filtraba con el porexpán que arrancó de las
paredes, “a pesar de los cristalitos era un buen filtro”.
Su llegada al otro extremo de la tierra fue en la noche, la
cuerda del catamarán se había acabado y no tenía gana de volver a bajarse a
darla. Se dejó arrastrar por las mareas, donaba su cuerpo bien cebado de
tiburones, a los tiburones. Tumbado, entregado a su suerte, mirando a la
lejanía, para no ver lo que se acercaba por la cercanía marina.
¿Qué veo?, se preguntó. ¿Son luces o es mi imaginación? Con
esas preguntas en su boca se quedó dormido, el cansancio hizo lo que tenía que
hacer… agotarle.
El calor del sol y los mosquitos, que le estaban
achicharrado, fueron los causantes de su despertar, eso y los golpes que una
tabla medio desprendida del catamarán le propinaba en la cabeza cada vez que el
aire soplaba de ese lado.
Se levantó sin prisa, nada ni nadie le esperaba, era su
destino, hacía algo que desconocía y que no sabía por qué le había sido
encomendado, recorrería un perímetro de seguridad de cien kilómetros a la
redonda y si no encontraba nada volvería a su querida Tomahawk, donde era feliz
sin dar palo al agua.
Con toda la tranquilidad que da el no tener nada que hacer
Davicio se preparó algo para desayunar: un jabalí bajaba corriendo hacia la
playa, y al verlo se desplomó del susto. Sin pensarlo dos veces Davicio sacó de
la bolsa los utensilios que le habían sido entregados para dar el aviso de las
novedades, unas piedras para encender fuego y un grillo para el sonido. “La
bocina se quedó al otro lado del charco.” Procedió a encender el fuego con
algunas tablas del catamarán, y a asar al pobre jabalí, mientras este se iba
asando se adentró en los manglares soltando al grillo que tan alegre se puso de
ver comida que los gritos llegaron a Tomahawk.
Después de bien desayunado, emprendió el viaje tierra
adentro para buscar lo imbuscable, hormigas gigantes… ¡Qué locura! pero era lo
ordenado y eso intentaría. Tras varias horas de caminata distinguió un poblado.
¡Pero bueno! Era su poblado, el que había dejado mucho antes de nacer.
Distinguió los Tipis, los Tantan, las lanzas, todas esas cosas que llevaba en
su interior de Cherokee.
Con los grifos de los ojos abiertos y corriendo un manantial
por sus mejillas se acercó hasta el poblado con sigilo, por si asustaba a los
allí presentes con su llegada. Fue distinguiendo a dos o tres habitantes que
bailaban una danza, no precisamente de amigos, sin darse cuenta que tras él iba
el resto de la tribu relamiéndose de gusto. Sintió un pinchazo en el costado, y
girando noventa grados, quedó de cara a sus comensales.
Su grito fue el grito de la sorpresa… ¡Indiófanes! Al escuchar su nombre el jefe de la tribu le
invitó a sentarse con él para que le explicara de qué le conocía. Davicio le
contó su vida allende los mares y que una persona exactamente a él y con
parecido nombre era su jefe y chamán, el mismo que le había enviado allí en
busca de una visión.
Charlaron durante días, sin parar hasta que las palabras se
las llevó el viento y entonces… solo entonces, decidieron que iría con él al
otro lado a ver a su hermano, el que un día le vendió a una abuela de la tribu
por una jarra de cerveza y salió huyendo.
La gente del poblado arregló el catamarán, le pusieron unos
remos además de la cuerda y unas aspas a los lados que lo impulsasen en caso de
que el cansancio de los remos se hiciese muy fuerte, y así siguieran avanzando
soplando sobre las aspas.
Tres meses, seis días, veinte horas, doce minutos, cinco
segundos después llegaron a Finis Terrae. Buscaron por los garitos de mala
muerte y los de bandera arco iris a ver si encontraba la pareja que había
dejado allí de vacaciones cuando marchó. No había suerte, nadie los recordaba,
era natural no tendrían puesto el uniforme característico del cuerpo.
Viendo que el tiempo apremiaba y la pareja no se dejaba ver,
alquilaron un motocarro con un carnet falso del Carrefourette y emprendieron el
camino hacia el lugar soñado por uno y anhelado por el otro.
Solo un mes después, se encontraron una romería, en la que
los cánticos y alabanzas ensalzaban al Gran Chamán Indiógenes, visionario
grandilocuente, único del Universo.
(Continuará…)
BODRIO XV
Pero Indiógenes, que rehuía siempre que podía los actos
sociales y estaba en contra del culto a la personalidad, no participaba en esa
romería. En aquellos precisos momentos, se hallaba arrebujado en su rincón
favorito en compañía de Anna Purnakova, “a la que había dejado acomodarse al
refugio, sus rutinas, su funcionamiento y sus habitantes” antes de hacerla
llamar para tener con ella unas palabras:
—Anna —comenzó, con voz grave—, tengo algo que confesarte .
—Tú dirás —replicó la antedicha.
—Verás, no estás aquí porque sí.
—
¿No me digas?
—No hace falta que te pongas sarcástica —continuó El Indio—.
Si envié a Soloclates a la lejana Rusia con el encargo de conducirte hasta
aquí, fue porque tengo una razón poderosa.
—Ya estás desembuchando —envidó la rusa.
—Anna…
— ¿Otra vez? Venga, suéltalo. ¿Para qué me quieres aquí,
Indio?
—La cuestión no es para qué te quiero, sino por qué te
quiero.
— ¡No me lo puedo creer! —Se escandalizó Anna—. ¿Debo
considerar esto una declaración?
—Sí. Y no. Anna, yo soy tu padre; y esto, una declaración de
amor paterno.
La mayor de las sorpresas se pintó en el rostro de Anna.
—Pero, ¿cómo es posible? —acertó a formular—. Tú eres un
nativo americano, y mi madre no se movió de la Rusia soviética y postsoviética
en toda su larga vida.
—Cierto —corroboró El Indio—, fui yo quien viajé a Rusia,
después de vender a mi hermano Indiófanes a una abuela por una jarra de
cerveza. Necesitaba unos tragos antes de tomar la difícil decisión de dejar el
poblado, que en realidad era una reserva… que en realidad era como un jodido
zoo. Me asfixiaba, sentía que la vida tenía que ser algo diferente a aquel
confinamiento perverso y forzoso. Oí hablar de unas tierras donde se estaba
experimentando la puesta en práctica de una doctrina llamada comunismo, que venía
a ser el paraíso terrenal. ¡Cuánto me equivoqué! En un par de meses me habían
encerrado en un psiquiátrico con la excusa de mis alucinaciones, según constaba
en informe oficial. Fue en el frenopático donde conocí a Natasha, tu madre,
quien atravesaba una crisis de fe en el socialismo real. Natasha y yo vivimos
varios meses de enamoramiento bastante más real que aquel socialismo. De aquel
amor surgiste tú, aunque yo, deportado de cualquier manera, no me enteré de la
feliz noticia hasta bastante tiempo después, cuando tu madre me la hizo llegar
a través de un emisario de confianza, el mismo que años más tarde me entregó la
foto con la que Soloclates partió en tu busca. No quería morir sin conocerte,
Anna. Y sin ganarte para mi causa, que es la de la Sabiduría y la Libertad.
— ¡Papá! —sollozó Anna abrazándose al Indio.
— ¡Hija! —sollozó El Indio abrazándose a Anna.
Si esta escena fue lacrimógena, no le anduvo a la zaga la
del encuentro del Indio con su hermano, Indiófanes. Este supo comprender y
perdonar el mezquino episodio de su venta, y la alegría del reencuentro borró
cualquier sentimiento de rencor fraterno.
Pero Indiógenes no había reunido a la familia para celebrar
una comilona, ni para correrse todos juntos una buena y memorable juerga, ni
tampoco para organizar procesiones, romerías u otras muestras de devoción
pseudorreligiosa. Había visto que su fin estaba cercano, y deseaba dejar un
legado eminentemente práctico, que sirviese de guía a aquellos que quisieran llevar
una vida digna de tal nombre en las difíciles circunstancias en las que se
encontraba la población del planeta Tierra. De modo que, sin pérdida de tiempo,
convocó a Soloclates, Pantógenes y Davicio junto con sus acompañantes —esto es,
Anna Purnakova, Edelvira y Javi, e Indiófanes, respectivamente—, para
transmitirles en pétit comité sus puntos de vista sobre lo que estaba
sucediendo ‘ahí fuera’ (donde está la verdad), y cuál era, a su juicio, la
mejor vía de acción. La reunión tuvo lugar en una sala abovedada de ladrillo
visto, en torno a una mesa corrida y sin innecesarios protocolos. Indiógenes
tomó la palabra:
—Amigos, compañeros, familia: no andaré con rodeos. A riesgo
de desengañaros sobre mi persona, debo deciros que soy un simple mortal, como
todos vosotros, al que la naturaleza no dotó de un físico portentoso, ni de una
mente prodigiosa, ni de un juicio infalible. A cambio, fui agraciado con otra
cualidad, que hube de cultivar y desarrollar: soy un chamán, un “curador
herido”, alguien que puede sanar a los demás porque previamente se ha sanado a
sí mismo, entendiendo la curación en su sentido más amplio. Todo chamán tiene
un “animal de fuerza”, en el que se encarna durante sus trances y del que
obtiene conocimiento fuera del espacio-tiempo. Mi animal de fuerza es la
hormiga…
—Ahhhh —dejaron escapar los oyentes al unísono.
— ¿Cómo creéis que vuestras señales de humo y vuestros
bocinazos llegaban hasta mí? De antena a antena, de hormiga a hormiga. Pero si
esto os escandaliza, dejadme continuar hasta escandalizaros del todo. Como
sabéis, una pequeñísima parte de La Humanidad, supermagnates y supermangantes,
para ser breve, está desaparecida, después de acaparar dinero, recursos,
energía, armas y poder de la clase que fuere. Dónde se afincó esta minoría es
un misterio.
—Yo he oído decir que están en una megaestación espacial,
esperando el momento de que los que estamos aquí abajo nos aniquilemos unos a
otros para volver a establecerse en tierra —intervino Anna, dando salida a su
vena conspiracionista.
—Todos hemos oído muchas teorías, cuando no tonterías, sobre
la cuestión, hija —continuó Indiógenes—. En tiempos oscuros florece la
oscuridad de pensamiento. Lo cierto es que no sabemos nada, nada —recalcó— al
respecto. Y mi postura es que lo mejor es centrarnos en nosotros, que aún
podemos llamarnos seres humanos, y olvidar los deseos de venganza contra
aquellos hijos de la gran puta que nos han dejado en la estacada. La Humanidad
se ha escindido, y no por nuestra culpa. Que ellos vivan como si nosotros no existiéramos;
nosotros viviremos como si ellos no existieran.
— ¿Y qué hay de las hormigas? —Quiso saber Davicio—. Les
tenemos muy cerca de aquí, ¿cómo las combatiremos?
—Sobre ese tema tengo opinión propia, que en un momento os
expongo —aseguró El Indio—. Más peligrosas me parecen las gaviotas azules
carroñeras, las que atacan al horrísono grito de pepé pepé pepé.
(Continuará…)
BODRIO XVI
Mientras tanto, en el campamento de las hormigas, se
preparaba un gran bodorrio, el de Hercúmenes e INNEJ1951. Como en toda boda que
se preciase en aquellos contornos, primero había que hacer la prueba del
algodón al varón de los contrayentes. –El algodón no engaña, y Hercúmenes no
pasaba la prueba de la virginidad.
INNEJ1951, argumentó en su defensa, que no era cosa que la
preocupara, ella los prefería experimentados y que además entendía que era
difícil llegar soltero y entero a los noventa años. Aunque la hubiese gustado
ir de estreno, hubiese sido bonito y romántico, que los dos hubiésemos llegado
ingenuos al matrimonio.
Se habían organizado los festejos, éstos durarían siete
días, o hasta que los más marchosos aguantaran. El desenfreno y la algarabía
inundaban el lugar.
El momento más esperado por INNEJ1951, había llegado.
Llevaba puesto sobre su negra piel acharolada, una sábana blanca “cogida sin
autorización de un tendedero cercano” a modo de vestido de novia. El bordado
del embozo sobre el cuello, daba un precioso toque cuello cisne al traje. En
sus manos un hermoso ramillete de ortigas, que con la emoción, apretó tan
fuerte que se la clavaron como puñales, produciéndola una urticaria de tal
magnitud, que los picores la producían un baile que no podía controlar y la
servían para rascarse al mismo tiempo sin que la multitud lo notara… Los
asistentes al bodorrio pensaban que había empezado el baile nupcial y se
unieron al bailando Macarena, ¡aaaaaaaay!
La ceremonia iba a comenzar y el celebrante de la misma tuvo
que llamar al público al orden, comenzando la misma…
—Queridos amigos de los que hoy se desposan.
—Un
gracioso al fondo: —Amigos de quién si no les conocemos han llegado hace dos
meses a nuestras tierra y se han hecho un campamento okupa por la cara.
—Señores respeto, que estamos aquí para
acompañarlos en su boda y no vamos a joderla.
—Queridos hermanos.
—El
gracioso de nuevo: —Agárramela con la mano.
— ¡Orden! ¡Orden! o desalojo la campiña y no os ponéis
ciegos a comer y beber, que es a lo que habéis venido —gritó el celebrante.
—Estamos
aquí reunidos… etc, etc. Si hay alguien por los alrededores que considere que
éste matrimonio no se debe celebrar, que hable ahora o calle como una rata.
—Yo, tengo un motivo, gritó la reina de las hormigas. En mi
reino solo yo la reina, puedo yacer con machos, lo que hace que esta boda se
ilegal y pido a su señoría o lo que sea usted, que no siga la ceremonia.
Los abucheos, gritos, silbidos, puñetazos e insultos se
hicieron inmediatamente con la muchedumbre que acalorada gritaba unas veces: —A
por ella oe, a por ella oe, a por ella oe, a por ella oe, oe—. Y otras decían: —
¡Arriba el amor, que triunfe sobre la monarquía!
INNEJ1951 lloraba, como si fueran sus ojos las Cataratas del
Niágara inundando el lugar y teniendo que seguir la boda en barca. No entendía
cómo la reina estaba haciéndola esa faena, ¿Qué la ha pasado para que me haga
esto en plena boda? —salió de sus pensamientos cuando su posible esposo la sacó
de dudas.
— ¡Ay ignorante!, yo he sido el único macho que no la ha
hecho ojitos y no he caído entre sus patitas, por eso la corroe la envidia.
—Bueno
comentó el celebrante, como soy yo quién tiene que decidir, decido… Que en
viendo la maldad y el egoísmo de la reina que teniendo nueve o diez machos solo
para ella, ansía el de una pobre obrera, dedicada a mantener su virginidad
hasta dar con el atrayente macho que la desposara. Bueno que me pierdo en los
laureles… Decido que la reina sea amarrada por su propia escolta a un árbol
hasta que nuestro grandioso Indiógenes decida qué hacer con su maldad. ¡Que
siga la boda!.
—Por lo
tanto, por el poder del chamán yo os declaro matrimonio mutante. ¡Ya puede la
novia besar al novio!
Al salir por la puerta
que no existe en el campo, los invitados les tiraron toneladas de pipas, que
unidas a los hectólitros de calimocho barato fue el banquetazo ofrecido por los
novios a todo aquel que se quiso unir a la celebración.
Después de horas de intenso ajetreo, la pareja decidió
retirarse a inaugurar el tálamo nupcial, siendo gratamente sorprendidos por una
música casi celestial que llegaba de lejos.
— ¿Quiénes son esos sin pecado que vienen a festejar nuestra
boda? —preguntó Hercúmenes a la concurrencia.
—Son los adoradores de Indiógenes que vienen de romería para
celebrar el mayor acontecimiento nunca visto. Al Divino en una sesión de
inspiración y revelación ancestral.
Bien que sean bienvenidos, que se unan a la fiesta, nos
canten alrededor del hormiguero para hacer más grata nuestra noche… A
continuación se retiraron a consumar su nuevo estado, no sin antes haberle
hecho ingerir INNEJ1951 a su nuevo marido diez docenas de ostras que había
adquirido a buen precio en el mercado negro.
(Continuará…)