ELLA “LA BESTIA”.
Enjugué el sudor que perlaba mi frente y mis mejillas con la manga de la camiseta de algodón. Corría entre los arbustos lo más rápido que podía, el miedo me atenazaba los músculos, miré hacia atrás esperando verla aparecer de un momento a otro, oscurecía, no sabía dónde estaba, me había perdido. Tenía que escapar ¡salir de aquel frondoso bosque!, noté como me enganchaba con una rama, no paré siquiera a mirar, dí un tirón, y sentí como ésta se rasgaba.
Un rugido sonó tras de mí, se acercaba, yo no conseguía salir de la espesura, las ramas bajas me arañaban el rostro, sentía el escozor de las heridas al mezclarse con el sudor.
Miré hacia tras, fue suficiente para perder de vista donde pisaba, me había enganchado el pie en una raíz que sobresalía del terreno, el tobillo giró, un dolor insoportable me hizo gritar, notaba como éste se iba hinchando en la zapatilla, pero no podía parar, se acercaba.
No podía creer mi mala suerte, tirado en el suelo de la manera más absurda, tenía que haber escuchado a mis amigos cuando me dijeron que no me alejase del fuego, habíamos discutido-. Me dirigí hacia al coche, quería regresar a casa (la falta de orientación me hizo perderme) tendría que estar allí viendo mi programa favorito, relajándome en vez de estar aquí intentando escapar de esta imagen dantesca, “ella” devorando a un pobre ciervo, que aún se debatía intentando escapar, viendo como la sangre corría por sus fauces.
Seguí andando con el pie a rastras, no debía parar. De nuevo el rugido, esta vez sonó más cerca. Atisbé una pequeña hendidura en el terreno, parecía una trinchera. Llegue como pude hasta allí, aparté la hojarasca y algunas cortezas que tapaban la entrada e intente esconderme dentro, era demasiado pequeño, sólo cabía tumbado. No me gustaba la idea, pero no quedaba otra alternativa. El rugido sonaba cada vez más cerca, me metí en el zulo como pude, mí pie ya era un balón, -el dolor al tener que arrastrarme para entrar hacia que las lágrimas que se me saltarán- una vez instalado tapé la entrada con las mismas ramas y cortezas que había separado.
Intenté no hacer ruido, escuchaba atentamente. A mi olfato llegó un olor nauseabundo y una respiración entrecortada llegaba a mis oídos. Tuve que frenar las enormes ganas de vomitar, para no delatar mi escondite.
Mire hacia arriba, entre las hojas, pude “verla” de nuevo, sus enormes ojos rojos oteaban el horizonte buscándome, sabía que estaba cerca y trataba de descubrirme. Su rostro era horripilante, con una hilera de afilados dientes que sobresalían de su asquerosa boca, rematada en una prominente mandíbula, por donde exhalaba ese vaho que apestaba. La espina dorsal sobresalía en su peluda espalda, rematando ésta en una doble cola, que asimilaba a unos látigos, de unos treinta centímetros cada una.
Un chorro de denso líquido, cayó de su boca encima de mi cara por entre las hojas.El asco me abordó de nuevo, tuve que hacer un sobrehumano esfuerzo para no gritar y contener las horribles arcadas que me volvían.
Algo llamó de pronto la atención de “ella”. Salió corriendo con un extraño trote, podía oír sus pisadas alejándose, ¡suspiré aliviado! ¿Qué podía hacer ahora? Era de noche, mi tobillo estaba inflamado, ¡me dolía tanto! sería mejor no salir, decidí pasar ahí la noche, seguro que por la mañana me orientaría mejor y el pie estaría más descansado, mis amigos al notar mi ausencia comenzarían mi buscada, poco podía hacer con el tobillo como lo tenía, sabiendo que ella estaba cerca.
Me quedé transpuesto pensando como salir de allí, de repente un golpe sordo me despertó, las hojas y cortezas que me tapaban volaron por los aires, unas grandes pezuñas estaban a sólo unos centímetros de mi cara, intenté gritar, pero de mi boca no salió la voz.
Cerré los ojos cuando sus garras atraparon mi cuello zarandeándome. ¡Estaba perdido! Ahora si que no había escapatoria, no quería pensar en el triste destino que me aguardaba.
Sentí como sus manos se iban aflojando, abrí los ojos y desconcertado vi como su boca imitaba una horrenda sonrisa, comenzó a acariciarme la mejilla con uno de sus gigantescos dedos. Mi visión se fue borrando, perdí el conocimiento. Cuando desperté me encontraba en una cueva sobre un lecho de hojas, estaba tapado con una piel, “ella” se encontraba sentada a mi lado contemplándome.
La Reyna Roja
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